¿Es posible encontrar a Dios en la naturaleza?
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Salmos 19:1
El apóstol Juan inicia su evangelio declarando: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. (Juan 1:1–2). Por su parte, el escritor del libro de Hebreos, al inicio de su epístola también establece: “Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A quien designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo” (Hebreos 1:1–2).
Lo que me interesa destacar es que ambos escritores, al inicio de sus mensajes, establecen como un axioma, el que Dios es el creador de todo lo que existe. Una declaración axiomática es una afirmación que no requiere una demostración, por tanto, debe ser aceptada por fe. Entonces, estos hombres, primero establecieron el fundamento axiomático y luego construyeron su argumentación. La aceptación de ciertas verdades “por fe” es común en las ciencias, particularmente en la geometría, donde para construir el conocimiento geométrico, es necesario aceptar ciertos axiomas, sin los cuales, dicha ciencia no podría ser construida.
Mucho tiempo antes de que los libros de Juan y Hebreos fueran escritos, el profeta Isaías invitaba a ver a Dios en las maravillas del universo al escribir: “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio.” Isaías 40:26
La historia también registra que los grandes científicos, pilares de la ciencia moderna, como Kepler, Galileo y Newton, haciendo eco del pensamiento del profeta Isaías, creían firmemente que Dios nos habla por medio del orden que Él estableció en el universo. Por ejemplo, John Kepler, famoso por sus tres leyes del movimiento planetario, escribió: “Te doy las gracias a ti, Dios, Señor y Creador nuestro, porque me dejas ver la belleza de tu creación, y me regocijo con la obra de tus manos. Mira, ya he concluido la obra a la que me sentí llamado; he cultivado el talento que Tú me diste; he proclamado la magnificencia de tus obras a los hombres que lean estas demostraciones, en la medida en que pudo abarcarla la limitación de mi espíritu”.
Sir Isaac Newton, famoso por establecer la ley de gravitación universal, descubrir el cálculo infinitesimal y hacer contribuciones a la óptica, sintetizó parte de su legado científico en su libro Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios Matemáticos de la Filosofía Natural). Este libro está catalogado como una de las más sublimes obras científicas de todos los tiempos. En la introducción, Newton escribió: “Este bellísimo sistema compuesto por el Sol, los planetas y los cometas no pudo menos que haber sido creado por consejo y dominio de un ente poderoso e inteligente… El Dios Supremo es un Ser eterno, infinito, absolutamente perfecto”. Es entonces claro que, para estos hombres de ciencia, Dios nos habla y se manifiesta a través de sus obras.
Elena White reafirma este pensamiento cuando declara: “En todas las cosas creadas se ve el sello de la Deidad. La naturaleza da testimonio de Dios. La mente sensible, puesta en contacto con el milagro y el misterio del universo, no puede dejar de reconocer la obra del poder infinito. La producción abundante de la tierra y el movimiento que efectúa año tras año alrededor del sol, no se deben a su energía inherente. Una mano invisible guía a los planetas en el recorrido de sus órbitas celestes. Una vida misteriosa satura toda la naturaleza. Una vida que sostiene los innumerables mundos que pueblan la inmensidad; que alienta al minúsculo insecto que flota en el céfiro estival; que dirige el vuelo de la golondrina y alimenta a los pichones de cuervos que graznan; que hace florecer el pimpollo y convierte en fruto la flor” (La Educación, pág 89).
Entonces, podemos estar seguros de que Dios nos habla y se manifiesta por medio de su segundo libro: la naturaleza. Este pensamiento debe conducirnos a un sentimiento de humildad y reverencia hacia nuestro Creador. Quizá, estas circunstancias fueron las que llevaron al rey David a exclamar: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmo 8:3–4).
En el contexto de la celebración del día de la tierra, nosotros como institución académica, como Iglesia Adventista del Séptimo Día, como ciudadanos de este país y como habitantes de este planeta, debemos tener como prioridad estudiar y cuidar la naturaleza, así como ser sensibles a la voz de Dios que nos habla por medio de ella. Ese es nuestro deber, no sólo cada 22 de abril sino cada día de nuestra existencia.